viernes, 9 de agosto de 2013

The world of darkness


El cielo brilla fuera. Siento la claridad del sol entrar por la ventana y calentar  la habitación. Fuera debe estar brillando bajo la mirada de pájaros entretenidos y mujeres paseando, llevando a sus niños o nietos al colegio. A estas horas de la tarde, clarean las imágenes, el mundo parece un lugar bonito. El calor se me pega al cuerpo, incluso solo vistiendo una camiseta que me cumbre los hombros y me llega  las rodillas. El olor a primavera llena la habitación de dulzura y vida, y da un toque de frescor al calor que el sol emana, como una luz brillante en un lugar oscuro. 
Una sonrisa se dibuja en mi rostro al pensar en la ironía de ese pensamiento y, con las manos todavía temblando, me toco los labios, mano que bajo al sentir como alguien acompaña a la mía. Sé quién es, y el pensamiento hace que mi sonrisa se haga más pronunciada. Es él. La persona que me acompaña  cuando mi eterna oscuridad se convierte en alguna cosa soportable, cuando todos somos ciegos bajo el manto de oscuridad de la noche. El que me acaricia la mano con dulzura mientras las horas pasan por mi lado vacías de significado y quien me mantiene con vida y me ayuda a sonreír en un mundo en el mundo del espejo de sombras, el mundo al cual yo pertenezco y en el cual llevo viviendo demasiado tiempo.
Busco su otra mano entre las sabanas, mientras la que tocaba mis labios se enreda con la suya. Con la cabeza aun apoyada en el cojín, noto su olor entre los miles que adornan la habitación. Olor a sus besos, sus abrazos, sus caricias. El tacto suave de las sabanas bajo tus manos gastadas y ásperas. Sus piernas cruzándose con las mías y un suspiro suave golpeando contra mis labios.
Su aliento cálido se funde con el mio, y me llena de una sensación de felicidad y vida. Presiona sus labios contra los míos, y todos los recuerdos de momentos así golpean mi mente. Por supuesto, momentos diferentes en que abría los ojos y veía los suyos cerrados con fuerza, como intentando fundir sus pestañas. Yo entonces sonreía, me apartaba y le obligaba a abrir los ojos para mí.
Sus labios se mezclan con los míos y, por un instante, no recuerdo donde acaba el uno y empieza el otro. Puedo sentir sus brazos envolverme por los hombros y, tanteando por su espalda, llego hasta su nuca, en la cual junto mis manos. He de admitir que en este momento soy feliz. Incluso ahora, vivir tras el espejo es mejor que antes, porque sé que tengo a alguien que vive conmigo. El sentimiento de que soy invencible, la felicidad que sube por mis pies y llega hasta mis labios, eso es lo que él me aporta. Después de todo, no es tan fácil vivir con alguien que no te puede ver.

Se aleja despacio, y escucho su sonrisa mientras me grita que es hora de levantarme, como hacía cuando aún podía levantar los ojos y verle sonriendo o poniendo caras raras. Luego sus brazos me agarran y, como si fuera una niña, me levanta y me pone en pie. Empieza un nuevo día, otra mañana en el mundo de la oscuridad. 

martes, 9 de julio de 2013


A veces prefiere ignorar la mentira en la que vive. A veces prefiere cerrar los ojos y dejarse llevar, aunque siempre la devuelva al inicio. Para ella es muy fácil creer que todo es verdad, creer la mentira e impregnarse de ella hasta quedar saciada, aunque luego la caída sea cada vez más brusca. Se podría decir que disfruta del doloroso vacío que la llena cada vez que él se marcha con otra, ya que ello, al fin y al cabo, sigue significando que si se marcha debe volver. Porque ella le quiere, y él la utiliza, y ella quiere que él la utilice. La razón es tan simple que da miedo mirarla. Aunque sabe que todo es mentira, que no hay más sentimiento que el cruel egoísmo que se esconde detrás de su rostro y, que ya no intenta sino que consigue, arrastrarla.  Aunque sabe que los abrazos no son más que una forma de hacerla caer en su trampa, de ahogarla en el mar de sentimientos que él ha creado a su alrededor. Aunque sabe que aquellos besos no son para ella, sino para toda aquella que desee uno. Porque no es de su propiedad, nunca lo será. Y ruega, y grita, y llora, y golpea, y le pide a algo que no existe que vuelva otra vez a su lado, y que esta vez sea para siempre. Pero sabe que no. No es posible. Nunca lo será. Nunca volverá para siempre, porque no la quiere, solo la utiliza y juega con ella a su antojo, mientras disfruta con otras de todo aquello que ella no puede aportarle. Y sabe que debería dejarle, que lo tendría que haber hecho hace mucho, y no puede. Porque le quiere, le quiere tanto que le dan igual todos los engaños. Y nunca cambia nada.Claro que a veces, solo a veces, cree que esto puede cambiar. Y solo cuando consigue encerrar su cuerpo entre sus brazos, solo en ese momento, cree que lo imposible podría dejar de serlo.

miércoles, 24 de abril de 2013

Eterno.


La música está demasiado fuerte. Muy, muy fuerte. Tanto, que tengo miedo de no poder volver a escuchar nada jamás. Y sería una cosa horrible que lo último que escuchara fuera esta música, que aunque es atrayente, siempre he odiado. No sé porque, no puedo con ella. Aunque claro, parece que el resto del mundo sí.
Los cuerpos femeninos se mueven de una parte a otra de la pista, con vestidos exageradamente cortos y coloridos, moviendo las caderas y los brazos al compás de la música, mientras son observadas por los depredadores que se encuentran en la barra, con un vaso de cristal en la mano y una mirada hambrienta en los ojos, como si quisieran comerse a todas las chicas a la vez. Algunos caminan hacia la pista y envuelven sus brazos en la cintura de alguna jovencita que, con suerte, les acompañara el resto de la noche.
Yo también estoy en la barra, pero mis ojos hace rato que dejaron de viajar por la pista. No podría encontrar nada que me interesara, de todas formas. Al contrario, he encontrado al fondo de mi vaso, vacío desde hace bastantes horas, un gran interés. Como si de las pequeñas gotas azules que aún quedan al fondo y de la atención que yo les prestara dependiera mi vida.
Puedo sentir la sangre bombear con fuerza contra mis mejillas y mis oídos, al mismo ritmo que lo hace la música estrepitosa, que acelera y frena al ritmo de mis latidos. Me muerdo el labio y vuelvo a contar gotas.
Me tiemblan las manos, no sé bien que hacer. Nunca tenía que haber aceptado que nos encontráramos aquí, es demasiado arriesgado, tanto para él como para mí. Pero claro, me lo había pedido con ESA cara de lástima, como si nunca hubiese roto un plato y fuera el “niño”, aunque de niño ya no tenía nada, más bueno del mundo. No habían pasado ni cinco segundos y ya había cambiado de opinión.
Un brazo que se deja caer por mi espalda me saca del trance en el que había entrado. Dejo el mundo de las gotas y de las mejillas sonrojadas y levanto la cabeza. Una sonrisa enorme me espera al otro lado. Vuelvo a estar en casa.
No nos hablamos, tampoco hace falta. Puedo sentir una sonrisa abrirse paso en mi cara, aunque intento contenerla. No todo puede ser tan fácil.
Me mira con una ceja levantada y esa sonrisa enorme que parece nunca quitarse de encima, y de verdad de verdad que yo me quiero morir ahora mismo porque es la cosa más perfecta del mundo esa sonrisa, toda dientes blancos y hoyuelos. Pero no voy a ceder, porque este es nuestro propio juego y no voy a perder.
Contrae la cara durante un segundo, y luego levanta la mano y la pasa por mejilla derecha. Oh oh. Esto es muy difícil. Intento no hacerlo, de verdad que sí, pero no puedo evitarlo; una sonrisa enorme atraviesa mi cara de repente, y sabe ganado. Me empuja hasta que todo mi cuerpo se encuentra frente al suyo, y deja caer su frente contra la mía. Su sonrisa no desaparece, y la mía tampoco. Me pasa las manos por debajo de la cintura, hasta que nos encontramos completamente pegados, y ríe bajito. Puede que sea realmente  bajito, puede que sea por la música ridícula que sigue sonando y que, ahora mismo, no podría importarme menos. Podría desaparecer y no me daría cuenta. Podría desaparecer todo si no me quitaban de su lado.
Levanto la vista de su sonrisa y me encuentro con sus ojos. El verde esmeralda me atrapa entre sus brazos, brillante, perfecto. Como lo es el, como lo es todo a su lado. Levanto los brazos hasta conseguir cruzar las manos detrás de su cuello y, agarrándolo del negro y grueso pelo que tengo a mano, hago que eche la cabeza hacia atrás. Lo escucho reír, incluso bajo la onda de música que nos acompaña, y veo su nuez bailar al compás de su risa, al compás de la música. No puedo evitarlo, y dejo que mis labios la acaricien suavemente, mientras noto como su cuerpo abandona una tensión que no había notado antes y se tranquiliza bajo el calor de mis labios. Subo poco a poco los besos, hasta encontrarme con su barbilla, y dejo caer su cabeza hacia delante, hasta volver a encontrarme con sus ojos. Aprieto con más fuerza su cuello y lo acerco más a mí, hasta que nuestros alientos se confunden. Y entonces… entonces desata sus manos, antes fuertemente aferradas a mi cintura, y me empuja hacia detrás.
Comienza a reír mientras yo me ruborizo y lo miro de manera dolida. Apoya la cabeza en el hombro derecho, aun riendo, y me saca la lengua. Me doy la vuelta, sintiendo el enfado crecer en mi estómago, y empiezo a caminar hacia la pista. Puede que al final esta no fuera una buena idea.
No he dado ni diez pasos cuando noto sus brazos rodearme por debajo de los míos, que mantengo fuertemente cruzados sobre el pecho. Su aliento me golpea en la oreja derecha.
-Eres demasiado simple, cariño.
No puedo evitar reír, porque este apelativo que mucha gente considera cariñoso es algo que siempre he encontrado vacío de sentimiento. Además, fue algo que, desde que empezó esta rara relación nuestra, no íbamos a usar. Él ríe conmigo, y una cosa que no sé bien que es se hincha en mi pecho y no me deja respirar.
Me da la vuelta y volvemos a mirarnos. La música suena a nuestro alrededor, pero no puedo pensar en ella teniendo delante aquello que más quiero en el mundo.
Me vuelve a acariciar la mejilla y, pegando nuestros cuerpos, empieza a moverse al ritmo de la música. Y mientras los cuerpos a nuestro alrededor bailan, como si este no fuera un momento único en el mundo, descubro que sí es una buena idea. Que no me importa esconderme de sus amigos, que me llame a última hora cancelando nuestras citas porque tiene “algo muy importante que hacer”, o tener que viajar 2 horas en coche a una discoteca de un pueblucho para poder pasar una noche con él. Porque le quiero, y aunque mañana no piense lo mismo, solo me importa tenerle aquí, ahora. 
Con los ojos cerrados, nos mueve a los dos de un lado al otro, dejándose llevar por el ritmo de la música que, a su lado, no parece tan odiosa. Su mano derecha deja mi cintura y se engancha con mi izquierda. Luego las levanta hasta dejarlas contra su rostro. Me sonríe, y otra vez noto mis piernas fallar, porque le quiero tanto que no hay palabras para explicar cuanto he deseado esto.
Acerca su cara a la mía, hasta dejar que sus labios acaricien suavemente los míos, y yo ya no puedo más. Le agarro del cuello y no le dejo separarse, porque he echado tanto de menos sus labios que no puedo respirar y no le voy a dejar escapar. Aquí, en mitad de una pista donde todo el mundo podría conocernos pero nadie lo hace, donde podemos ser nosotros mismos, donde podemos respirar, por fin, libres. Definitivamente no ha sido una mala idea. 
Me separo, respirando entrecortadamente y descansando mi frente en la suya. Y entonces hablo, por primera vez desde que salí de casa hace unas cinco horas.
-Te he echado de menos.
Sonríe y me vuelve a besar, suave, lento, como si tuviéramos toda la noche para nosotros, como diciendo “yo también, yo también”. Como si este momento pudiera ser eterno.